Procrastinar significa aplazar las responsabilidades para dedicar nuestro tiempo a actividades placenteras o poco relevantes. Es decir, cuando procrastinamos evitamos enfrentarnos a tareas o decisiones, ya sea porque nos resultan complicadas o nos implican un cierto esfuerzo, llenando nuestro tiempo con diversas distracciones. Todos hemos postergado tareas más de una vez, el problema ocurre cuando se convierte en un hábito, en ese caso el malestar emocional implicado es significativo y puede tener consecuencias a largo o mediano plazo. Por tanto, procrastinar de forma recurrente no está relacionado sólo con la pereza. Tiene que ver, y mucho, con la falta de recursos para la toma de decisiones y para la regulación emocional. La actitud evasiva que implica la acción constante de procrastinar indica que nos cuesta afrontar situaciones que nos resultan complicadas. Postergamos lo incómodo y experimentamos alivio y cierto placer al dedicarnos a actividades agradables o al menos menos difíciles de abordar. No obstante, el alivio es pasajero porque pronto llega el estrés y en algunos casos la ansiedad, producto del sentimiento de culpa al ser conscientes de las responsabilidades y pendientes acumulados. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de la procrastinación crónica? Estrés Ansiedad Baja autoestima Insatisfacción personal Hipertensión y […]
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