
El dolor crónico es una de las razones más comunes por las que las personas acuden al médico. Tradicionalmente se ha visto como una simple respuesta física al daño en los tejidos, proporcional a la lesión. Sin embargo, este enfoque es limitado. Hoy sabemos que el dolor es un fenómeno complejo que debe entenderse desde una perspectiva biopsicosocial: incluye factores biológicos, emocionales y sociales.
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) lo define como una experiencia desagradable tanto sensorial como emocional, relacionada con un daño real o potencial, y que siempre es subjetiva.
El dolor tiene varias dimensiones:
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Sensorial: lo que se siente físicamente.
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Emocional: cómo nos afecta a nivel afectivo.
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Cognitiva: cómo lo interpretamos mentalmente.
También se clasifica según:
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Duración: agudo (menos de 6 meses) o crónico (más de 6 meses).
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Causa, ubicación o mecanismos fisiológicos.
El dolor agudo suele ser una señal de alarma tras una lesión y responde bien al tratamiento. Desaparece cuando el daño físico se cura. El dolor crónico, en cambio, puede persistir incluso cuando ya no hay lesión. No tiene una función protectora, puede causar deterioro físico y emocional, y no responde bien a los medicamentos habituales. Se considera una enfermedad por sí misma.
1. Clasificación del dolor
Existen distintos sistemas para clasificar el dolor, que lo organizan según:
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Origen del dolor
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Duración
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Ubicación en el cuerpo
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Mecanismos neurofisiológicos
Las dos clasificaciones principales son:
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Taxonomía de la IASP: clasifica el dolor según la zona afectada, el sistema corporal implicado, duración, intensidad y causa.
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Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11): se enfoca especialmente en el dolor crónico y lo divide en siete tipos:
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- Dolor crónico primario
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Por cáncer
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Postquirúrgico o postraumático
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Neuropático
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Orofacial y cefalea
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Visceral
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Musculoesquelético
Esta clasificación jerarquiza por orden: primero la causa (etiología), luego el mecanismo del dolor y finalmente la zona del cuerpo. Es útil tanto en atención primaria como especializada.
2. Dolor crónico
El dolor crónico es un problema de salud grave que afecta a millones de personas y se asocia frecuentemente con ansiedad, depresión, insomnio y deterioro cognitivo. En Europa afecta al 19% de la población, y en España al 17,25%, lo que equivale a más de 7 millones de personas. Su prevalencia aumenta con el envejecimiento, lo que representa un reto tanto económico como sanitario.
Este tipo de dolor impacta negativamente en la calidad de vida del paciente y su entorno, provoca elevados costes sanitarios y laborales, y genera absentismo e invalidez. Por su gravedad, se considera un problema bioético, y organismos internacionales lo han reconocido como un derecho humano que debe ser atendido con tratamiento adecuado.
2.1. Factores psicológicos en el dolor crónico
El enfoque del tratamiento debe ser biopsicosocial, ya que factores emocionales y sociales pueden influir tanto en el desarrollo como en la evolución del dolor. Un abordaje exclusivamente médico puede ser insuficiente.
Se identifican cuatro tipos de factores psicológicos clave:
a) Factores de aprendizaje
Conductas aprendidas pueden mantener o intensificar el dolor, como la evitación del ejercicio o el reposo excesivo. Estas conductas pueden dar alivio inmediato, pero empeorar el problema a largo plazo y reducir la funcionalidad del paciente.
b) Factores cognitivos
Los pacientes con dolor crónico pueden tener sesgos mentales como:
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Interpretación negativa del dolor.
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Atención centrada constantemente en las sensaciones dolorosas (hipervigilancia).
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Catastrofización, una tendencia a exagerar el malestar, anticipar lo peor y sentirse impotente. Esta actitud empeora el dolor, aumenta la discapacidad y reduce la capacidad de autocuidado.
c) Factores emocionales
Tristeza, ira, ansiedad y depresión son frecuentes. La represión emocional y la incapacidad para manejar la frustración aumentan la percepción del dolor y provocan alteraciones del sueño, estrés fisiológico y deterioro funcional. Además, el dolor puede limitar actividades placenteras, lo que contribuye a estados depresivos.
d) Factores iatrogénicos
Errores desde el sistema de salud también pueden empeorar la situación, como el uso excesivo de medicamentos (especialmente opioides) o una atención no actualizada ni basada en la evidencia científica.
2.2. Afrontamiento del dolor crónico
Cada persona desarrolla estrategias para enfrentar el dolor, aunque no todas son eficaces. El dolor crónico exige adaptar o aprender nuevas habilidades para gestionarlo. Las estrategias de afrontamiento influyen directamente en la recuperación o en el mantenimiento del problema, afectando tanto el estado físico como el psicológico.
3. Tratamiento psicológico del dolor crónico
El tratamiento del dolor crónico es un desafío por su alta frecuencia y su complejidad. Por eso, se recomienda un enfoque biopsicosocial y un trabajo multidisciplinar, donde el componente psicológico tenga un papel central.
3.1. Práctica basada en evidencia
Es clave aplicar tratamientos psicológicos que cuenten con respaldo científico. Los más efectivos incluyen:
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Terapia cognitivo-conductual
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Terapia de aceptación y compromiso (ACT)
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Mindfulness
También pueden usarse técnicas como relajación, biofeedback, hipnosis, imaginería, y algunas terapias complementarias (como yoga o taichí).
3.2. Psicoeducación
Busca informar a pacientes y familias sobre:
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Diferencias entre dolor agudo y crónico.
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Factores que influyen en su mantenimiento.
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Opciones de tratamiento.
Esto mejora la adherencia al tratamiento y fortalece la autoeficacia del paciente.
3.3. Terapia cognitivo-conductual
Considerada de las más eficaces, incluye:
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Información educativa.
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Cambio de pensamientos y creencias negativas.
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Técnicas de relajación y manejo emocional.
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Estrategias para prevenir recaídas y promover estilos de vida saludables.
3.4. Terapias de tercera generación
Se centran en aumentar la flexibilidad psicológica y aceptar el dolor sin luchar contra él. Incluyen:
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Terapia de aceptación y compromiso (ACT):
Ayuda a aceptar el dolor, reducir la evitación, y comprometerse con acciones alineadas con los valores personales. -
Mindfulness:
Enseña a observar el dolor sin juzgarlo, con una actitud abierta y compasiva. Esto cambia la forma de relacionarse con el malestar, favoreciendo una experiencia emocional más equilibrada.
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