La resiliencia es la capacidad de adaptarse, superar, aprender y crecer con las adversidades. La persona resiliente no está exenta del dolor, como es natural sufre las consecuencias emocionales de las situaciones adversas que le han tocado vivir. Sin embargo, su fortaleza radica en ser capaz, a pesar del sufrimiento, de seguir teniendo una actitud positiva frente a la vida, de preservar la serenidad para analizar las cosas con perspectiva y de entender las malas experiencias como una fuente para el aprendizaje y el crecimiento personal. La resiliencia es, por tanto, la capacidad de encontrar un punto de apoyo que nos permita convertir lo negativo en algo positivo.
Son muchas las situaciones adversas que nos pueden hacer caer en la tristeza, la apatía, la incertidumbre, la inseguridad o incluso en la desesperación. No obstante, cuando se encadenan sucesos dolorosos o cuando experimentamos una vivencia tan dañina que llega a ser devastadora para nuestra autoestima y confianza personal, es cuando es más necesario reformular nuestras prioridades y revisar nuestras creencias. Por lo tanto, es entonces cuando debemos recurrir a nuestra fortaleza interna para ser capaces de reponernos al dolor. Las personas resilientes han desarrollado la capacidad de superar el estrés y el malestar emocional derivados de experiencias dolorosas a fuerza de hacerlas frente con serenidad, optimismo y perseverancia.
La resiliencia se puede desarrollar y potenciar. Ya sea de forma intuitiva, es decir con nuestros propios recursos, o recurriendo a ayuda profesional para adquirir las herramientas necesarias para sobreponernos a las dificultades o experiencias negativas y salir reforzadxs de las mismas.
Ahora bien, ¿qué actitudes podemos potenciar para favorecer nuestra capacidad de responder de forma resiliente a las adversidades?
Algunos hábitos que pueden aumentar nuestra resiliencia y proteger nuestra salud emocional son:
- Ser conscientes de nuestras capacidades y limitaciones.
- Estar siempre dispuestxs a mejorar y crecer como personas.
- Buscar el aprendizaje en las situaciones difíciles.
- Estar abiertxs al cambio.
- No huir de las dificultades sino hacerles frente.
- Vivir las experiencias de forma realista pero con actitud positiva.
- Ser flexibles ante los imprevistos.
- Hacer uso del humor.
- Ser perseverantes con nuestros objetivos o metas.
- Contar con una red de apoyo (familia, amigos…).
- Aceptar que hay cosas que están fuera de nuestro control.
- Focalizar nuestros esfuerzos y energías en aquello que sí podemos controlar.
Los beneficios de intentar potenciar estas conductas en nuestro día a día son muchos. Desde, como ya hemos dicho, estar más equipadxs emocionalmente para enfrentarnos a una situación adversa; hasta mejorar nuestro estado de ánimo diario, nuestras relaciones interpersonales, nuestra autoestima y seguridad personal.
Por tanto, las personas resilientes suelen contar con cualidades que las hacen personas más felices y más agradables. Suelen ser personas:
- Poco exigentes consigo mismas y con los demás.
- Optimistas.
- Solidarias.
- Resolutivas.
- Empáticas.
- Centradas en vivir el presente.
Existen un sinnúmero de ejemplos de personajes emblemáticos que han sabido sobreponerse a situaciones realmente devastadoras. Sin embargo, no hace falta pensar en grandes catástrofes o situaciones traumáticas para hablar de resiliencia. En nuestro día a día podemos observar incontables casos de personas resilientes. Éstas han sido capaces de desplegar la mejor versión de sí mismas a partir de una situación adversa como ser despedido del trabajo y quedarse en una situación económica precaria, pasar por una ruptura amorosa después de años de una relación seria y altamente comprometida, perder un ser querido…
Es por ello que, dado que son miles las circunstancias que pueden desestabilizarnos, la educación emocional desde pequeños es vital. Por lo tanto, debemos hablar de emociones, enseñar a nuestrxs niñxs cómo poder gestionar la rabia, la frustración, la tristeza y cómo hacer frente a los conflictos y no intentar huir de ellos.
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